Capítulo III

Quizás tu mente ha querido olvidar aquello, porque sólo recuerdas la fiebre. La fiebre y el sueño feliz que tuviste cuando te curaste.
De pronto, una imagen de tu pobre víctima te despertó. Con el corazón desbocado, te incorporaste, y viste la cara de tu esposa, casi muerta de cansancio, pero con el hilo de esperanza en sus ojos de verte por fin dueño de tu mente. Habían pasado tres semanas, y habías hablado mucho en sueños. Todos te creyeron curado, pero en tu cabeza seguía aquel espanto...

Pasados unos días, intentaste volver a la normalidad. Lo primero, pensaste, el trabajo. Pero allí no quisieron saber de ti. Aún hoy desconoces de dónde sacaste aquel dinero. Con él te dirigiste a la taberna del Lino, pero nadie quiso jugar contigo.
Poco a poco, el tedio te empuja ligeramente a la locura. Durante ls noches, escuchas en sueños los gritos del tipo... Finalmente discutes con tu mujer.
Y cuando empiezas a desesperar del todo, te arreglas con ella. Poco a poco te olvidas del tipo, e incluso de San Torcuato.
La siguiente persona que llevaste a la Casa fue a tu propia esposa.