Capítulo II

Durante las siguientes noches, tus sueños fueron un continuo repicar de gritos. El usurero estaba en tu cabeza y su sufrimiento, mayor del de cualquier hombre fuera de la casa, tenía en tí un eco continuo. Fueron días de fiebre, de despertarme sudando en la cama.
Tu mujer, muy preocupada, no sabía ya a qué curandero acudir. La mayoría de ellos, sorprendidos, ni siquiera la mirarron a la cara después de examinarte.

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